24 d’abril 2010

Una altra historia de l'home blanc - Papalagi -

Aquesta potser es la que menys entendreu perquè precisament no volem entendre que el tenir moltes coses tampoc serveix de res; no cal no tenir res, no estem preparats per això, però, si tant sol disposem del que veritablement ens és útil, i no adquirim d'altres coses que en el fons farem anar poc o gens, potser les nostres vides no estarien tant preocupades per la por que ens ho prenguin tot i potser seriem menys egoistes.

LOS PAPALAGI SON POBRES
A CAUSA DE SUS MUCHAS COSAS



También podéis reconocer al Papalagi por su deseo de hacernos sabios y porque nos dice que somos pobres y desdichados y que estamos necesitados de su ayuda y comprensión, porque no poseemos nada.
Permitidme explicaros, hermanos queridos de las muchas islas, qué es UNA COSA.
Un coco es una cosa: un matamoscas, un taparrabos, la concha, el anillo del dedo, el recipiente para la comida y el tocado, todo ello son cosas. Pero hay dos clases de cosas. Hay cosas hechas por el Gran Espíritu sin que lo veamos y que nosotros, los niños de la tierra, no tenemos dificultad en obtener. Como, por ejemplo, el coco, la banana y la concha de mar.



Después, hay cosas hechas por la gente a base de mucho trabajo y privación, cosas como anillos para los dedos, matamoscas y recipientes de comida. Pues bien, los al¡¡ piensan que tenemos necesidad de las cosas hechas por sus manos, porque ciertamente no piensan en las cosas con las que el Gran Espíritu nos provee. Porque, ¿quién puede ser más rico que nosotros? y ¿quién puede poseer más cosas del Gran Espíritu que justamente nosotros? Lanzad vuestros ojos al horizonte más lejano, donde el ancho espacio azul descansa en el borde del mundo. Todo está lleno de grandes cosas: la selva, con sus pichones salvajes, colibrís y loros; las lagunas, con sus pepinos de mar, conchas y vida marina; la arena, con su cara brillante y su piel suave; el agua crecida, que puede encolerizarse como un grupo de guerreros o sonreír como una Taopou; y la amplia cúpula azul que cambia de color cada hora y trae grandes flores que nos bendicen con su luz dorada y plateada. ¿Por qué ser tan locos como para producir más cosas, ahora que tenemos ya tantas cosas notables que nos han sido dadas por el mismo Gran Espíritu? De cualquier forma, nunca seremos capaces de mejorar sus trabajos, porque nuestro espíritu es débil y endeble, y el poder del Gran Espíritu es enorme; comparadas a sus enormes y omnipotentes manos, las nuestras son pequeñas y débiles. Las cosas que pueden hacer son endebles y no vale la pena hablar de ellas. Podemos hacer más largo nuestro brazo con un palo y agrandar el hueco formado por nuestras manos con un tanoal pero todavía no ha habido un samoano o un Papalagi que triunfara en hacer una palmera o una planta de kaua.




Actualmente esos Papalagi piensan que pueden hacer mucho y que son tan fuertes como el Gran Espíritu. Por esa razón, miles y miles de manos no hacen nada más que producir cosas, del amanecer al crepúsculo. El hombre hace cosas, de las cuales no conocemos el propósito ni la belleza. Y los Papalagi inventan cada vez más cosas. Sus manos arden, sus rostros se vuelven cenicientos y sus espaldas están encorvadas, pero todavía revientan de felicidad cuando han triunfado haciendo una cosa nueva. Y, de repente, todo el mundo quiere tener tal cosa; la ponen frente a ellos, la adoran y le cantan elogios en su lenguaje.
¡Oh, hermanos!, confirmad mis creencias porque he observado al Papalagi y he visto sus intenciones tan claras como si las iluminase el sol del mediodía. Porque él destruye todas las cosas del Gran Espíritu. Donde quiera que vaya, quiere volver a la vida de nuevo, por su propio poder, aquellas cosas que primero ha matado, y quiere luego considerarse a sí mismo el Gran Espíritu porque produce tantas cosas.
Hermanos, tratad de imaginar que en este mismo momento se levantase una tormenta y arrasara todas las selvas y montañas, que también las conchas y cangrejos fuesen arrastrados de la laguna y ni siquiera quedase una flor de hibisco para que nuestras chicas la llevasen en el cabello, tratad de imaginar que todo lo que vemos a nuestro alrededor desapareciese repentinamente, de modo que nada quedase y la arena y la tierra llegasen a ser como la palma de nuestra mano o la colina sobre la que el magma se ha deslizado. Entonces tendríamos que llorar a la palmera, a las conchas y a la selva, tendríamos que afligirnos por todo. Donde se congregan todas las chozas que ellos llaman una ciudad, allí la tierra está tan desnuda como la palma de vuestra mano y ésta es una de las razones por las que a los Papalagi se les han ablandado los sesos y juegan a ser el Gran Espíritu en persona: para no pensar en todas las cosas que han perdido. Porque están despojados y porque su tierra se ha vuelto tan triste que coleccionan cosas como un loco colecciona hojas muertas y llena su cabaña con ellas hasta que todo espacio libre queda ocupado. Ésta es la razón de que nos envidie y espere hacernos tan pobres como él es.
Es signo de gran pobreza que alguien necesite muchas cosas, porque de ese modo demuestra que carece de las cosas del Gran Espíritu. Los Papalagi son pobres porque persiguen las cosas como locos. Sin cosas no pueden vivir. Cuando han hecho del caparazón de una tortuga un objeto para arreglar su cabello, hacen un pellejo para esa herramienta, y para el pellejo hacen una caja, y para la caja, una caja más grande. Todo lo envuelven en pellejos y cajas. Hay cajas para taparrabos, para telas de arriba y para telas de abajo, para las telas de la colada, para las telas de la boca y otras clases de telas. Cajas para las pieles de las manos y las pieles de los pies, para el metal redondo y el papel tosco, para su comida y para su libro sagrado, para todo lo que podáis imaginar. Cuando una cosa sería suficiente, hacen dos. Si entras en una cabaña europea para cocinar, ves tantos recipientes para la comida y herramientas que es imposible usarlos todos a la vez. Y por cada plato hay un tanoa distinto: uno para el agua y otro para el kaua europeo, uno para los cocos y otro para las uvas.





Hay tantas cosas dentro de una choza europea, que si cada hombre de un pueblo samoano se llevase un brazado, la gente que vive en ella no sería capaz de llevarse el resto. En cada choza hay tantos objetos que los caballeros blancos emplean muchas personas sólo para ponerlos en el sitio que les corresponde y para limpiarles la arena. Incluso las taopou de alta cuna emplean gran cantidad de su tiempo en contar, rearreglar y limpiar todas sus cosas.
Todos vosotros sabéis, hermanos, que cuento la verdad que he visto con mis propios ojos, sin añadir a mi historia ninguna opinión. Por eso creedme cuando os cuento que hay gente en Europa que presionan un palo de fuego en sus frentes y se matan, porque prefieren no vivir a vivir sin cosas. Los Papalagi turban de todos los modos posibles sus mentes y enloquecen pensando que el hombre no puede vivir sin cosas, como no puede vivir sin comida.
También por eso, nunca he sido capaz de encontrar una choza en Europa donde pudiera descansar del modo apropiado en mi estera, sin nada que estorbara mis miembros cuando quería estirarme. Todas aquellas cosas lanzan destellos de luz o gritan chillonamente con las voces de sus colores, de tal modo que no podía cerrar mis ojos en paz. Nunca hallé el verdadero reposo allí ni fue mayor mi nostalgia por mi cabaña samoana; esa cabaña en la que no hay nada más que una estera para dormir y un envuelve-cama, y donde nada te turba salvo la suave brisa del mar.
Los que tienen pocas cosas se llaman a sí mismos pobres o infelices. Ningún Papalagi canta o va por la vida con un destello en su mirada cuando su única posesiones un recipiente de comida como hacemos nosotros. Si los hombres y mujeres del mundo de los blancos residieran en nuestras cabañas, se lamentarían y afligirían, e irían a buscar rápidamente madera de los bosques y caparazones de tortuga, vidrios, fuerte alambre y llamativas piedras y mucho, mucho más. Y moverían sus manos de la mañana hasta la noche, hasta que la choza samoana estuviese llena de objetos enormes y pequeños que se rompen fácilmente y son destructibles por el fuego y la lluvia, y que por esto deben sustituirse todo el tiempo.
Cuantas más cosas necesitas, mejor europeo eres. Por esto las manos de los Papalagi nunca están quietas, siempre hacen cosas. Ésta es la razón por la que los rostros de la gente blanca parecen a menudo cansados y tristes y la causa de que pocos de ellos puedan hallar un momento para mirar las cosas del Gran Espíritu o jugar en la plaza del pueblo, componer canciones felices o danzar en la luz de una fiesta y obtener placer de sus cuerpos saludables, como es posible para todos nosotros2.
Tienen que hacer cosas. Tienen que seguir con sus cosas. Las cosas se cierran y reptan sobre ellos, como un ejército de diminutas hormigas de arena. Ellos cometen los más horribles crímenes a sangre fría, sólo para obtener más cosas. No hacen la guerra para satisfacer su orgullo masculino o medir su fuerza, sino sólo para obtener cosas.
No obstante se dan cuenta del gran derroche que es su vida o no habría tantos Papalagi de alta posición que no hacen durante su existencia nada más que sumergir cabellos en zumos coloreados y con ellos formar bellas representaciones-espejo sobre esteras blancas. Escriben todas las buenas palabras de Dios, tan brillantes y llenas de color como pueden. También moldean gente con arcilla blanca, sin ningún taparrabos; muchachas de movimientos libres, encantadoras como la taopou de Matautu e imágenes de hombres, blandiendo garrotes y acechando al pichón salvaje en el bosque. Gente hecha de piedra, para la que los Papalagi construyen enormes cabañas festivas, a las que la gente viaja desde enormes distancias para disfrutar de su gracia y belleza. Permanecen de pie enfrente de ellas, apretadamente cubiertos con sus taparrabos y tiritando. Yo he visto a los Papalagi lamentarse cuando admiraban la belleza que ellos mismos habían perdido.
Ahora el hombre blanco quiere hacernos ricos trayéndonos todos sus tesoros, sus cosas. Pero esas cosas son como flechas envenenadas, que matan a aquéllos en cuyo pecho se han introducido. Una vez oí, por casualidad, decir a un hombre que conoce bien nuestras islas: «Vamos a forzar nuevas necesidades en ellos». ¡Las necesidades son cosas! Y aquel sabio dijo más: «Entonces podemos ponerles a trabajar también fácilmente». Quería decir que tendríamos que usar la fuerza de nuestras manos para hacer cosas, cosas para nosotros mismos, pero principalmente cosas para los Papalagi. Debemos estar también cansados, encorvados y grises.
Hermanos de muchas islas, debemos mantener nuestros ojos muy abiertos, porque las palabras de los Papalagi saben como los dulces plátanos, pero están llenas de flechas escondidas que saldrán para matar toda la luz y alegría que hay en nosotros. No olvidemos nunca eso. Aparte de lo que nos ha dado el Gran Espíritu, precisamos muy poco. Él nos dio ojos para ver las cosas, pero necesitáis más que todo el tiempo de nuestra vida para verlas todas. Y nunca pasó mayor mentira por los labios de un ser humano como cuando el hombre blanco nos dice que las cosas del Gran Espíritu tienen muy poco valor, pero que las cosas que ellos producen son más útiles y valiosas. Sus propios objetos, son numerosos, resplandecientes y brillantes, lanzan miradas seductoras a nuestro sistema de vida y se nos imponen, pero nunca hacen el cuerpo de un Papalagi más bello, sus ojos más brillantes o sus mentes más agudas. Ésta es otra razón por la que sus cosas tienen poco valor y las palabras que pronuncian y fuerzan violentamente nuestra consciencia, son pensamientos empapados de veneno, las eyaculaciones de un espíritu maligno.
(1) Recipiente de madera de 3 o 4 patas , usado para la preparación de la bebida nativa.
(2) Muy a menudo, los samoanos van a jugar y bailar juntos. Aprenden a bailar a muy temprana edad. Cada pueblo tiene sus canciones y poetas. Por la noche se puede oír cantar dentro de cada cabaña. El canto es melodioso, principalmente porque el idioma es muy rico en vocales, pero también a causa del delicado «buen oído» de los isleños.

Los Papalagi tienen una manera extrañamente confusa de pensar. Siempre se están devanando los sesos, para sacar mayores provechos y bienes de las cosas, y su consideración no es por humanidad, sino sólo por el interés de una simple persona, y esa persona son ellos mismos.
Cuando alguien dice: «Mi cabeza me pertenece a mí y a nadie más que a mí», tiene mucha razón y nadie puede decir nada en contra de esto. En este aspecto el Papalagi y yo compartimos puntos de vista. Pero cuando él continúa: «La palmera es mía», sólo porque ese árbol crece delante de su cabaña, entonces se comporta como si él mismo hiciera crecer la palmera. Pero esa palmera no pertenece a nadie. ¡A nadie! Es la mano de Dios la que nos la ha proporcionado del suelo. Dios tiene muchas manos. Cada árbol, cada hoja de hierba, el mar, el cielo y las nubes que flotan en él, todos son las manos de Dios. Podemos usarla para nuestro placer, pero nunca podemos decir: «La mano de Dios es mi mano». Sin embargo esto hacen los Papalagi.




En nuestro idioma «lau» significa «mío», pero también significa «tuyo». Es casi la misma cosa. Pero en el idioma de los Papalagi es difícil encontrar dos palabras que difieran tanto en significado como «mío» y «tuyo». Mío, significa que algo me pertenece por entero a mí. Tuyo, significa que algo pertenece por entero a otro. Es la razón por la que el Papalagi llama a todo lo que está cerca de su casa «mío». Nadie tiene derecho a ello más que él. Cuando visitas a un Papalagi y ves algo allí, un árbol o una fruta, madera, agua o un montón de basura, siempre hay alguien alrededor para decir: «Es mío y que no te coja tomando algo de mi propiedad». Incluso si tocas algo empezará a berrear y te llamará ladrón. Ésta es la peor maldición que conoce. Y solamente porque te has atrevido a tocar el «suyo» de otro hombre. Su amigo y los criados del jefe vendrán corriendo, te pondrán cadenas, te echarán a la más sombría pfui-pfui y la gente te despreciará durante el resto de tu vida.
Actualmente para impedir que la gente toque cosas que alguien ha declarado suyas, se ha presentado una ley que concrete qué es suyo y qué es mío. Y hay gente en Europa que gasta su vida entera prestando atención a que no se quiebre esa ley, que no se quite nada al Papalagi que ha declarado que aquello es suyo. De esa manera, los Papalagi quieren dar la impresión de que tienen derecho real sobre esas cosas, como si Dios hubiera regalado sus cosas para siempre. Como si las palmeras, las flores, los árboles, el mar, el aire y las nubes fueran realmente de su propiedad.
Los Papalagi tienen necesidad de leyes que guarden su mío, porque de otro modo, la gente con poco o nada de mío, se las quitaría. Porque si hay gente que pide mucho para sí misma, hay muchos otros abandonados que permanecen de pie con las manos vacías. No todo el mundo conoce las tretas y señales escondidas con las que se puede acumular mucho mío, y también se ne cesita una especie de valor, que tiene poco o nada que ver con lo que nosotros llamamos respeto y puede que aquellos Papalagi que están con las manos vacías, porque no querían robar o insultar a Dios, sean los mejores de su tribu. Pero no existen muchos Papalagi como esos.



La mayoría de ellos roban a Dios sin un ápice de vergüenza siquiera. No conocen nada mejor. No se dan cuenta de nada-mal-hecho; todo el mundo lo hace y nadie ve nada extraño o se siente mal por ello. Muchos también reciben su montón de mío por nacimiento, de sus padres. Y Dios no ha dejado casi nada, porque la gente lo ha tomado y transformado en mío y tuyo. Su sol, hecho para todos nosotros, no puede ser igualitariamente dividido nunca, porque uno pide más que otro. En los hermosos espacios abiertos donde el sol brilla en todo su esplendor, sólo unos pocos están sentados, mientras una muchedumbre entera trata de alcanzar un pálido rayo de luz sentados en las sombras; Dios no puede alegrarse con todo su corazón, porque él ya no es el alii silil, en su propia casa. Los Papalagi le niegan al decir que todo es suyo. Pero nunca llegarán a ese discernimiento, por muy diferente que piensen.
Por el contrario, ellos consideran sus actos justos y honestos. Pero a los ojos de Dios son injustos y deshonestos.
Si ellos hicieran uso de su sentido común, sin duda comprenderían que nada de lo que no podemos retener nos pertenece y que cuando la marcha sea dura no podremos llevar nada. Entonces también empezarían a darse cuenta de que Dios hace su casa tan grande, porque quiere que haya y felicidad para todos. Y en verdad sería suficientemente grande para todo el mundo, para que todos encontráramos un lugar soleado, una pequeña porción de felicidad, unas pocas palmeras y ciertamente un punto en el que los dos pies se apoyaran, justo como Dios quería y deseaba que fuera. ¿Cómo podría Dios olvidar siquiera a uno de sus propios niños?
Pero todavía hay muchos buscando febrilmente ese pequeño, diminuto punto que Dios les ha reservado.
Porque los Papalagi no quieren escuchar la palabra de Dios y empiezan a hacer leyes por su propia cuenta. Dios les envía muchas cosas que amenazan su propiedad. Envía calor y lluvia para destruir su mío, lo envejece, derrumba y pudre. Dios también da a la tormenta y al fuego poder sobre su mío. Y lo peor de todo: introduce miedo en los corazones de los Papalagis. Miedo es la cosa principal que ha adquirido. El sueño de un Papalagi nunca es tranquilo, porque tiene que estar alerta todo el tiempo, para que las cosas que ha amasado durante el día, no le sean robadas por la noche. Sus manos y sentidos tienen que estar ocupados todo el tiempo agarrando su propiedad. Y durante todo el día, su mío le importuna y se le ríe en la cara, le grita porque ha sido robado de Dios, le tortura y le proporciona mucha desdicha.
Pero Dios ha impuesto un castigo más pesado que el miedo a los Papalagi: ha creado la lucha entre aquéllos que tienen poco o nada y aquéllos que lo tienen todo. Esta batalla es dura y violenta, y hace estragos día y noche. Es una disputa que todo el mundo sufre y que devora la alegría de vivir. Aquéllos que tienen mucho deberían dar una parte, pero no quieren hacerlo. Los que no tienen quieren también algo, pero no consiguen nada. Además, rara vez son guerreros de Dios. Están formados principalmente por la gente que llegó demasiado tarde cuando el botín estaba siendo dividido, o por aquéllos que fueron demasiado torpes o no tuvieron la oportunidad de agarrar algo. Que ellos están robando a Dios, no entra en la mente de nadie. Y sólo alguna vez un viejo hombre sabio se levanta y apremia a la gente para que lo devuelva todo a las manos de Dios.
¡Hermanos!, ¿cuál es vuestra opinión de un hombre que tiene una gran casa, suficientemente grande para alojar a un pueblo samoano en su totalidad, y que no permite a un viajero pasar la noche bajo su techo? ¿Qué pensaríais de un hombre que tiene un manojo entero de plátanos en sus manos y que no está dispuesto a dar ni siquiera una simple fruta al hambriento que le implora? Puedo ver la ira fulgurando en vuestros ojos y el desprecio que viene a vuestros labios. Sabed entonces, que el Papalagi actúa de este modo cada hora, cada día. Incluso si tiene cien esteras, no dará siquiera una a su hermano que no tiene ninguna. No; él incluso reprocha a su hermano por no tener ninguna. Si su choza está repleta de comida hasta el techo, tanta que él y su aiga no se la pueden comer en años, no buscará a su hermano que no tiene nada para comer y se ve pálido y hambriento. Y hay muchos Papalagi pálidos y hambrientos.
La palmera, al madurar, deja caer hojas y frutas. Los Papalagi viven como las palmeras que retienen sus hojas y frutas y dicen: «son mías».



¿Cómo podría un árbol como ése ni tan siquiera producir nueva fruta? Las palmeras son más sabias que los Papalagi.
Entre nosotros también existen aquéllos que tienen más que otros y respetamos al jefe, que tienen muchas esteras y cerdos. Pero el respeto sólo se aplica a esa persona y no a sus esteras y cerdos, porque fuimos nosotros mismos quienes se las dimos, para mostrar nuestra felicidad y para rendir honor a su gran sabiduría y valor. Pero los Papalagi respetan a sus hermanos por sus muchos cerdos y esteras, y nunca consideran su sabiduría. Un Papalagi sin cerdos o esteras rara vez o nunca es respetado.
Como los cerdos y esteras no caminan por sí mismos hacia los pobres y necesitados, el Papalagi no ve la razón por la que debería él mismo llevarlos a sus hermanos. Porque por su hermano no tiene respeto, sólo por sus esteras y cerdos, y preferiría quedárselos. Si él amara y respetara a su hermano, y no viviera en conflicto sobre lo tuyo y lo mío, entonces le llevaría sus esteras para dividirlas y disfrutar su gran mío juntos, compartiría su propia estera, en lugar de perseguirle en la oscura noche.
Pero los Papalagi no se dan cuenta de que Dios nos ha dado palmeras, plátanos y nuestros preciosos taro, los pájaros del bosque y todos los peces del mar, para la felicidad y disfrute de todo el mundo. Y no sólo para unos pocos, mientras el resto sufre penalidades y necesidades. Aquéllos que han sido bendecidos por Dios a manos llenas, deberían compartirlo con sus hermanos; de otro modo la fruta en sus manos se pudrirá. Porque Dios extiende su multitud de manos a todo el mundo. Él no quiere que uno tenga mucho más que otro, o que alguien diga: «Estoy de pie bajo un rayo de sol y tu debes permanecer en la sombra». Todos nosotros pertenecemos al rayo de sol.
Cuando Dios guarda todo en sus manos, no hay disputas y no hay necesidad. ¡Ahora los ingeniosos Papalagi quieren hacernos creer que nada pertenece a Dios! ¡Cualquier cosa que podáis agarrar con vuestras manos os pertenece! Pero cerremos nuestras orejas a tal charla sin sentido y aferrémonos al sentido común: todo pertenece a Dios.
(1) Gobernante, soberano.
NOTA: Todo el que sepa que los samoanos viven en una sociedad de propiedad comunal, entenderá su desprecio por nuestras leyes sobre la propiedad. El concepto mío-tuyo es simplemente desconocido para ellos. Durante todos mis viajes, los nativos siempre compartieron conmigo su cabaña, estera, comida y todo, sin siquiera pensarlo dos veces. Las primeras palabras dichas por un jefe de poblado, a modo de saludo, serían: «todo lo que es mío te pertenecen. El concepto de robo también es desconocido para los isleños. Todo pertenece a todos y todo pertenece a Dios.